El 20 de Mayo de este año se publicó en la revista Science un artículo (aquí) cuyo título le dio la vuelta al mundo en unas cuantas horas: “Creación de una célula bacteriana controlada por un genoma sintetizado químicamente”. Los titulares en periódicos, revistas y blogs anunciaban con bombo y platillo que se había logrado crear vida sintética en un laboratorio. Las notas aclamaban el hecho como uno de los avances científicos más grandes de todos los tiempos y vaticinaban desde la producción de combustibles limpios a partir de microorganismos, hasta la cura de enfermedades como la diabetes. Pero, ¿realmente se creó vida sintética en un laboratorio? ¿En verdad es este un avance científico notable sin precedentes? Veamos.
Craig Venter es un conocido biólogo estadounidense que se catapultó a la fama por ser uno de los pioneros en el proyecto de secuenciación del genoma humano. Pero también es un prolífico empresario que sabe vender muy bien sus ideas y busca constantemente temas de muy alto impacto. Con la fusión de varios centros de investigación financiados por capital privado, fundó en 2006 el Instituto Craig Venter, en San Diego, California. Fue allí donde se desarrolló el trabajo que ha sido objeto de sensacionalismo en las últimas tres semanas. Para entender íntegramente los experimentos que se realizaron, primero debemos hacer un poco de historia: Venter y su equipo publicaron en 2008 y 2009 (aquí y aquí) un par de artículos en cuyos principios se basa el más reciente trabajo de la célula “sintética”. Haré una burda analogía para explicarlo: Imaginen que tienen a un caballo en el laboratorio con todos los órganos intactos, pero le han extraído el corazón. Sin este vital órgano el caballo no puede desarrollar función alguna y por lo tanto carece de vida. Ahora imaginen que tienen la capacidad técnica de transferir, conectar y acoplar el corazón de una cebra al caballo en cuestión. Voilà!, los órganos del caballo comienzan a funcionar y eventualmente es capaz de moverse y adoptar el comportamiento de un caballo normal, todo gracias al corazón de la cebra. Algo similar logró el equipo de Venter en 2008: Aislar el genoma de Mycoplasma capricolum (bacteria que provoca una enfermedad respiratoria en cabras) y transferirlo al “esqueleto” de Mycoplasma mycoides (su prima hermana que provoca la misma enfermedad pero en vacas). Para lograr esto, se extrajo el DNA completo de M. capricolum y le fue implantado a una célula vacía de M. mycoides. Para detallar el término célula vacía, observen las figuras y compárenlas.
Figura: Célula normal vs. célula vacía
Decimos que es una célula vacía porque le fue extraído el DNA y por lo tanto no puede realizar ninguna función; es como si le hubieran extraído el corazón. Sin embargo, posee las membranas intactas y la forma se mantiene; al implantarle el DNA de su prima hermana, la célula comienza a funcionar con la única salvedad que ya no posee las características de M. mycoides, sino las de M. capricolum. Para entenderlo mejor, es como si le hubieran transplantado el corazón de la cebra al caballo, pero resulta que con ese corazón el caballo empieza a producir las rayas características de una cebra. Con este interesante experimento se había demostrado que era posible (y funcional) el intercambio de genomas entre especies bacterianas cercanamente emparentadas, aunque claro, en condiciones controladas dentro de un laboratorio.
En el artículo publicado hace tres semanas hicieron exactamente lo mismo: Implantar el DNA de M. mycoides en una célula vacía de M. capricolum. El experimento fue exitoso y la célula que estaba vacía pudo vivir y reproducirse gracias al genoma implantado. La gran diferencia y lo novedoso aquí radica en que, todo, absolutamente todo el genoma que implantaron fue sintetizado químicamente, es decir, fue producido en un laboratorio. Debemos aclarar que hace casi treinta años se ideó la metodología que permite sintetizar en un laboratorio las bases químicas (componentes) que conforman el DNA (más detalles sobre el DNA aquí). Hoy en día existen compañías que se dedican sólo a sintetizar pequeños fragmentos de DNA, ya que su uso en los laboratorios es muy extensivo (más información aquí). Con un costo aproximado de 40 millones de dólares, el equipo de Venter sintetizó en su totalidad el genoma de M. mycoides. Lo sobresaliente del trabajo radica en haber implantado exitosamente un genoma 100% sintético en otro organismo. El avance técnico es que ahora sabemos que un genoma sintetizado en un laboratorio puede “echar a andar” una célula vacía. Pero ojo, no es lo mismo copiar y transcribir un libro en un idioma desconocido que entederlo a cabalidad
Dejemos de lado los tecnicismos y discutamos: ¿esto significa que se ha creado vida nueva en un laboratorio? La respuesta es NO y hay un par de argumentos sólidos para fundamentar la respuesta: i) la forma de vida que se “creó” no es nueva. Esencialmente, lo que se hizo fue una recreación de una forma de vida bacteriana existente, con la salvedad de que el genoma utilizado fue prostético (sintetizado en un laboratorio), ii) incluso si se hubiera sintetizado un genoma muy diferente a lo conocido hoy en día, la célula con el genoma sintético fue construida modificando una forma de vida existente. Por eso es importante tener claro que lo único completamente sintético fue el genoma; pero la célula vacía ya estaba allí. Siendo muy estrictos, diríamos que sería una nueva forma de vida sólo si la célula entera fuese sintética; partir de cero, de la nada, no como aquí, donde parten del “esqueleto” de una célula que obviamente ellos no sintetizaron. El reporte de Venter y sus colaboradores es un avance importante en nuestra habilidad para manipular los organismos (conocida como ingeniería genética); no representa la creación de vida desde cero.
Las reacciones que ha generado la noticia entre la gente que centra sus esfuerzos en la bioética (y que no tienen una formación científica) resultan interesantes y desubicados, por decir lo menos. En su afán de vender sus proyectos como la gran revolución, Venter les ha hecho creer a muchos incautos que él y su equipo crearon una nueva forma de vida en un laboratorio. Por ello, gente como Mark Bedau, profesor de filosofía en el Reed College, Oregon, señala que: “…en un futuro la célula sintética podría ser radicalmente diferente a cualquier forma de vida que haya existido en la Tierra.” Además advierte: “Nadie sabe las consecuencias de crear nuevas formas de vida, debemos esperar lo inesperado.” Esto tiene una enorme dosis de ciencia ficción y está muy alejado de lo que podría ocurrir realmente. Si en un futuro se lograra sintetizar un genoma radicalmente diferente a cualquier forma de vida, las probabilidades de que funcione son mínimas, por no decir nulas. Francamente, los científicos no entendemos ni sabemos la suficiente biología como para crear vida. Aunque el proyecto del genoma humano abrió grandes expectativas hace algunos años (por citar un conocido ejemplo), no hay un manual de instrucciones que dicte cómo se tiene que ensamblar para producir una célula viva. Imagínense, es como si trataran de armar y hacer funcionar un Jumbo Jet basándose únicamente en una lista con todas las partes que lo conforman. Imposible. Otros van más allá y se desgarran las vestiduras para que aquellas hipotéticas nuevas formas de vida no sean liberadas al medio ambiente. Vaya, los que creen esto asumen que se habrían superado todas las limitantes técnicas e intelectuales y que habría nuevas formas de vida creándose por allí en los laboratorios. Si esto ocurriese (insisto, la probabilidad de que pase tiende a 0), no tendrían de qué preocuparse. Seguramente serían bacterias inestables que sólo podrían sobrevivir adecuadamente dentro de condiciones controladas. Liberarlas al ambiente casi aseguraría su desaparición, ya que la todopoderosa selección natural entraría en acción y tendrían que competir con organismos que llevan allá afuera millones de años, y si han persistido no es por casualidad. Por último están los filósofos que debaten si el vitalismo finalmente ha sido desechado de una vez por todas. El vitalismo es un término acuñado por Henri-Louis Bergson, quien postuló en el siglo XIX que la vida no podría explicarse sólo en términos mecanicistas y que nunca podría crearse artificialmente; que detrás habría una “élan vital” o fuerza vital que distingue inequívocamente lo orgánico de lo inorgánico. Los filósofos intentan desechar este concepto refugiándose bajo el artículo de Venter y sus colaboradores. Pero vuelvo a lo mismo: NO se creó vida en un laboratorio (No quiero decir que creo en el vitalismo, sólo ejemplifico el abanico de debates que se han abierto).
Sin duda, el trabajo de Venter y sus colegas tiene importancia porque aporta un ladrillo más a las bases de nuestro conocimiento en ingeniería genética. Pero es fundamental no dejarse encandilar por todo lo que se está diciendo allá afuera: es un avance técnico, pero no un avance conceptual ni mucho menos el comienzo de una revolución que conlleve a la creación de organismos a gusto de cada quien. El propio Venter dice que con su trabajo se ve muy cerca el momento en que las bacterias produzcan energías limpias y que, básicamente, se podría empezar a salvar al planeta, entre otras linduras (¿ahora entienden porqué hice hincapié varias veces en la personalidad magnánima de Venter?). No se dejen engañar, para que eso ocurra se deben derribar barreras que actualmente parecen inamovibles. Y es muy probable que nunca ocurra, pero si ocurre, ni tú ni tus hijos lo verán. Promesa de microbiólogo.
Ps: El domingo 13 de Junio a las 21 hrs., Discovery Channel presentará un especial de una hora enfocado únicamente al trabajo que acaba de presentar Venter, así como el impacto que tendrá en el futuro. El anuncio adelanta que nos lo querrán vender como la panacea. Estaré atento a ese programa y publicaré en los comentarios mi opinión.