El síndrome de fatiga crónico (CFS, por sus siglas en inglés) es una condición debilitante que afecta principalmente a sujetos entre los 30 y 50 años de edad. Los síntomas incluyen fatiga (duh), pérdida de memoria y concentración, dolor de garganta, dolor extremo en los ganglios linfáticos, dolor muscular, dolor de cabeza y cansancio extremo tras una mínima actividad física. Es una condición que afecta a 17 millones de personas a nivel mundial, aunque es muy difícil de diagnosticar. Durante años, los médicos han asociado este síndrome a alguna disfunción del sistema inmune o al estrés, sin embargo, en 2009 un grupo de investigación publicó un artículo cuya evidencia apuntaba a que el responsable de tales síntomas era un retrovirus. Los pacientes que durante años habían sido blanco de señalamientos por no poder sobrellevar el estrés, ahora arropaban dicha investigación y la apoyaban incondicionalmente: por fin se había descubierto que su mal no era psicosomático, sino una enfermedad provocada por un agente infeccioso. Pero por sus afirmaciones, esa publicación atrapó la atención de la comunidad científica y de inmediato fue blanco de críticas y señalamientos; los autores y sus datos han sido cuestionados y descalificados. He aquí una historia de fraude científico y los millones de dólares que hay detrás.
Judy Mikovits es una inmunóloga que trabaja en el Instituto Whittermore Peterson, en Reno, Nevada, cuyo financiamiento corre a cargo del acaudalado empresario Harvey Whittermore. No es difícil saber por qué gasto 5 millones de dólares en fundarlo: su hija sufre CFS desde hace 20 años. En 2006 creó el instituto junto a Daniel Peterson, un médico experto en CFS. El trabajo encabezado por Judy Mikovits (aquí) y publicado por la prestigiada revista Science, sugiere que el CFS está emparentado al virus asociado a la leucemia xenotrópica murina (XMRV, por sus siglas en inglés). Mediante cuatro técnicas, los autores muestran que de los 100 pacientes que tomaron para su estudio con diagnóstico de CFS, 67 estaban infectados con XMRV. Este virus fue descrito hace apenas cinco años (aquí), en un reporte que lo identifica y asocia a pacientes con cáncer de próstata. Estudios posteriores de diversos grupos de investigación confirmaron los datos (algunos ejemplos aquí, aquí y aquí) y ahora se sabe que el XMRV promueve una variante muy agresiva del cáncer de próstata. Retornando al CFS, los autores del reporte hallaron que el virus en cuestión era el mismo que el XMRV asociado al cáncer de próstata, no una variante ni otro virus de la misma familia, sino exactamente el mismo. Es decir, el XMRV era capaz (aparentemente) de producir cáncer de próstata y también CFS. La noticia fue difundida por importantes diarios, como el New York Times y The Wall Street Journal (aquí, obviamente, la noticia pasó desapercibida para los diarios de circulación nacional). La reacción de los médicos que estudian el CFS a nivel mundial no se hizo esperar y de inmediato trataron de identificar el XMRV en sus pacientes diagnosticados con este síndrome. Aquí comenzaron los problemas para Mikovits y sus colaboradores.
Utilizando las mismas técnicas para identificar el virus que usó Mikovits en su reporte, varios artículos de investigadores en diversos países negaron haber encontrado el XMRV en las muestras de sus pacientes con CFS (aquí, aquí, aquí, aquí y aquí). Entre todos los estudios, se habían analizado muestras de más de 500 pacientes. Aquí algo empezó a oler muy mal, pero Mikovits defendía sus datos con los dientes. Dudaba de todos los grupos que no habían podido reproducir los resultados que ella reportaba con las mismas técnicas, y al verse acorralada, dijo que esos estudios adolecían de una prueba primordial: los autores no habían tratado de replicar el virus en cultivos celulares de los pacientes, lo cual, según ella, era una prueba irrefutable. Qué fácil, ¿no?, fijarse en la única técnica que no había sido utilizada y aferrarse a ella como último recurso. Esa postura, aparte de ser una clara patada de ahogado, en el fondo la autodescalificaba, porque en el quehacer científico las evidencias deben mostrarse desde varios enfoques. No basta con decir que una sola técnica es la prueba máxima. Si el XMRV es en parte el responsable del CFS, debe poder ser identificado mediante varios acercamientos. Para solucionar de una vez por todas el asunto, varios grupos de investigación decidieron poner punto final a la discusión y probar si el XMRV está asociado o no al CFS. Hace seis días, apareció el primer reporte al respecto (hay al menos uno más en proceso). Dicho estudio fue muy pulcro e incluyó pacientes que (i) residieran en la misma área geográfica (algunos argumentan que el área geográfica influye en la detección de ciertos virus), (ii) manifestaran el CFS desde hace varios años, (iii) que preferentemente tuvieran antecedentes de familia con cáncer de próstata. Adicionalmente, los autores incluyeron a 14 de los pacientes originales que Mikovits utilizó en su estudio (ojo: fue la propia Mikovits quien dio los datos de los pacientes a probar, es decir, ella “no tenía duda” que eran positivos para el virus). Usando todas las técnicas (incluida la replicación en cultivos celulares), los autores demostraron que en ninguno de los 150 participantes del estudio se encontró el XMRV. Los resultados son contundentes y no hay lugar a dudas: los datos de Mikovits son falsos.
Pero ¿cómo se llega a este punto? ¿Cómo puede un reporte ser construido a partir de datos inexistentes? Algunos virólogos coinciden en que todo puede tratarse de algo muy simple: contaminación. Una de las técnicas utilizadas fue el PCR. Esta técnica incluye un reactivo que es preparado a partir de ratones de laboratorio; tales ratones estuvieron en contacto con el XMRV descrito para el cáncer de próstata y al ser procesados, el virus se filtró al reactivo (los detalles pueden verse aquí). Es probable que esto haya generado falsos positivos. Pero es sólo una técnica, ¿qué pasa con las demás? No hay manera de explicar los resultados por una contaminación en las otras técnicas. Aquí la cosa se torna más oscura, porque Mikovits dice que puede reproducir una y otra vez sus resultados, que ha cambiado los reactivos cuyo efecto puede generar contaminación en la técnica mencionada y que sigue obteniendo los mismos resultados. “Confiaba” tanto en sus datos que urgía a todos los pacientes con CFS a tomar antiretrovirales similares a los que combaten el VIH. Y tomar esos medicamentos no es como tomar un analgésico. Son muy agresivos.
Regresemos al punto de partida: un acaudalado empresario recluta a una científica y le da recursos ilimitados para que investigue la causa del CFS. Y hablamos de millones de dólares. Bajo tal presión, Mikovits estaba obligada a presentar resultados concretos en un periodo corto de tiempo. Es probable que las primeras muestras hayan estado contaminadas y que eso haya sido el ancla para desarrollar lo demás. No podemos saber cómo fue el proceso subsecuente, pero a estas alturas, con los datos que la desmienten irrefutablemente, podemos imaginar que ajustó los datos y los forzó para que mostraran lo que ella quería ver. Los publicó en uno de los journals más prestigiados del mundo y así retribuía la millonaria inversión de Whittemore. Sin embargo, al tratarse de un tema relativamente “candente”, el escrutinio científico internacional no se hizo esperar y vinieron las pruebas desmintiéndola. Es curioso, porque a pesar de ser paradójico, la ciencia tiene una gran dosis de fe. Cuando se publica una investigación y se muestran datos concluyentes sobre un tema en específico, los científicos que estudian esa área en particular confían en esos datos y asumen que son verosímiles. Con esto se da por sentado que un ladrillo más se ha agregado al conocimiento y redireccionan o reenfocan sus investigaciones en base a ello. En este caso, cuando otros grupos quisieron reconfirmar que el XMRV estaba asociado al CFS, la discrepancia fue muy evidente. La historia de los fraudes científicos es vasta y este es un ejemplo claro de cómo, en un par de años, un reporte que mostraba resultados muy novedosos fue desmentido, rechazado y desechado. Un dato más para abonar al escepticismo: Daniel Peterson, el cofundador del Instituto Whittermore Peterson, abandonó el proyecto poco después de la publicación de Mikovits. Aludió motivos personales y agregó que el sentido de esa investigación en particular había tomado direcciones que no tenían su consentimiento. Aún no es claro cuál será el destino de Mikovits en el Instituto o la academia, pero una cosa es clara: el empresario que ha desembolsado tantos millones de dólares en este asunto no debe estar nada contento. Y al final de todo, ¿qué provoca el CFS? Nadie lo sabe con precisión, pero todo parece indicar que los señalamientos iniciales son ciertos: fallas inmunológicas y/o estrés. Si por casualidad estás leyendo esto y tienes CFS, tendrás que seguir lidiando con los detractores que señalan al estrés y la depresión como los únicos responsables. Tal vez tuvieron razón desde el principio y sí estás bien pinche mal de tu mente.